sábado, 14 de febrero de 2015

Sin saldo, pero aún tengo la vida.

Últimamente, me parezco mucho a mi padre, a lo que él era y hacía. Le gustaba la soledad, como a mí; escribir, leer y estudiar, como a mí. No le gustaba la gente, era como si se escondiera para no ser reconocido. La diferencia entre él y yo, es la culpa. Él nunca se sintió culpable de nada o, al menos, eso parecía, yo sí. Él se aislaba por egoísmo, yo por vergüenza. A él no le importaba nada ni nadie y su único objetivo era que sus necesidades básicas fueran cubiertas. Lo exigía como un derecho por haber trabajado duro para obtenerlo. A mí me pasa igual, con una diferencia, yo lo vivo como una obligación. Hacemos lo mismo, pero en lados opuestos y por diferentes motivos. Mi padre murió antes de estar muerto, y yo voy siguiendo el camino. Todo lo que yo creía importante está muerto y enterrado.

No sé lo que voy a hacer, de verdad. Tendría que salir de este aislamiento y volver a comunicarme con la gente, pero aún no estoy preparada. Todavía, al hablar, me sale el dolor y me da vergüenza. Siempre he pensado que era una mujer inteligente, ahora, lo dudo. Mi saldo se ha agotado y ya no me queda nada. Todo lo gasté para sobrevivir.

Me siento como ese preso encarcelado, prácticamente, toda su vida sin ser culpable, y lo dejan en libertad. Al salir no sabe qué hacer con ella, porque le robaron la posibilidad de aprender la habilidad de poder ejercerla (a ser libre se aprende). Ha pasado tanto tiempo, que quienes lo condenaron ya no están y todo lo que conoce y le es familiar, está dentro. Le da más miedo la luz que la oscuridad de su celda. Toda su vida la ha vivido estando muerto. La confianza la ha perdido, también la ilusión y la esperanza- porque cuando se lleva más de 50 años cumpliendo una condena por algo que no has hecho, para sobrevivir, llega un momento en que lo aceptas y asumes que así será el resto de tu vida-. Y, de pronto, se abre la puerta de su celda y le dicen que es libre y no culpable de ningún delito. Entonces, piensa: a quién le pido responsabilidades de lo que me ha sucedido y me han robado  si ya no hay nadie?. Lo único que quiere es volver a su celda para seguir soñando con la libertad y la justicia. Dentro de los muros de la cárcel se siente protegido, porque el mal está fuera.

Para la libertad, de Miguel Hernández.

Para la libertad, sangro, lucho, pervivo. 
Para la libertad, mis ojos y mis manos 
como un árbol carnal, generoso y cautivo, 
doy a los cirujanos. 
Para la libertad siento más corazones 
que arenas en mi pecho: dan espumas 
mis venas, 
y entro en los hospitales, y entro en 
los algodones 
como en las azucenas. 

Porque donde unas cuencas vacías 
amanezcan 
ella pondrá dos piedras de futura mirada 
y hará que nuevos brazos y nuevas 
piernas crezcan 
en la carne talada. 

Retoñarán aladas de savia sin otoño 
reliquias de mi cuerpo que pierdo en 
cada herida. 
Porque soy como el árbol talado, 
que retoño: 
y aún tengo la vida.



                                                                                


viernes, 6 de febrero de 2015

Yo sí creo que es importante.

El otro día leí algo sobre la tristeza y el pensamiento positivo. Resumiendo, decía que cuando la tristeza aparece es porque hay un duelo por el que hay que pasar y, durante ese proceso, el pensamiento positivo no tiene nada que hacer. Hay que dejar espacio a la tristeza para que haga su trabajo de aceptación de la pérdida. También decía que el pensamiento positivo es una moda o tendencia que sólo sirve para mejorar la "felicidad".
En mí, parece que ese duelo no tiene fin y que la tristeza ha ocupado mi casa y no hay manera de que salga de ella. También es cierto que no estoy segura de cuáles son las pérdidas que provocan mi duelo. Son tantas, en tan poco tiempo, que parece se hayan aliado formando una rueda que va dando vueltas y que nunca se acaba. Cuando creo que he salido de una, detrás viene otra. No me da tiempo a recuperarme. En este proceso interminable, voy descubriendo mis carencias e incapacidades y como he sobrevivido por encima de mis posibilidades inventándome a una persona "normal",  no queriendo ver ni aceptar mi falta de las habilidades psicológicas y sociales necesarias para relacionarme con mi entorno y conmigo misma. Por lo que, este proceso me convierte en una persona, tremendamente, vulnerable.
En este momento, convivo con una desconocida que me hace sentir insegura, mucho miedo, que ha bajado mi autoestima a bajo cero y que ha destruido todo aquello que tenía y en lo que confiaba, aunque fuera mentira. Al mismo tiempo, pienso que el duelo por el que estoy pasando no tiene sentido, ya que lo que he perdido nunca lo he tenido. En una canción oí que lo que se echa de menos en una pérdida es el vacío que deja en nuestras vidas. Y yo me pregunto: Cómo puedo echar de menos al vacío de una mentira?. Otras veces, pienso que no es un duelo lo que estoy pasando, sino todo aquello que tenía que haber pasado hace 53 años, teniendo que regresar a aquel tiempo recordando y trayéndolo a mi presente. Imagino que, por entonces, mi madre, por mi bien y el de mi familia, hizo que olvidara y pareciera que no había pasado nada, borrándolo de mi memoria y poniendo en su lugar una mentira. Mi mente, mi cuerpo y mis sentimientos no pueden o no saben la manera de encajar todo ésto y la verdad. Ya no está mi madre para volver a hacerme olvidar y a las personas cercanas a mí, o no les interesa o no les parece importante. Ya ni recuerdo la última vez que hablé sobre mi abuso, sólo lo escribo en mi cuaderno porque siempre está presente en mis pensamientos y emociones. Me he aislado, no por miedo a la gente o al daño que me puedan hacer, sino por vergüenza a que, en un momento de cercanía con alguien, pueda hablar. Lo curioso, es que estoy haciendo lo mismo que hizo mi madre, mentir. La diferencia que hay entre antes y ahora, es el recuerdo y que no puedo olvidar. En algún sitio leí que lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad. Por eso, al recordarla, no puedo olvidar, ya no.
Hoy, hablaba con una amiga, también superviviente, y me decía:
- Nada. Yo me rindo. A nadie le importa lo que pasó, quizás porque no es tan importante.
Le respondí:
- Pues igual llevas razón. Aunque yo sí creo que es importante.